Gustavo Masutti Llach
El 23 de febrero de 2012 la Universidad de Oxford armó una charla – debate entre el biólogo evolutivo Richard Dawkins, uno de los ateos militantes más conocidos, y el arzobispo anglicano de Canterbury, Rowan Williams. El moderador del encuentro fue el filósofo y agnóstico declarado Anthony Kenny. Se trató de una reedición del famoso debate de 1860 entre Henry Huxley (abuelo de Aldous) y el entonces obispo de Oxford, Samuel Wilberforce, a siete meses de la edición de “El origen de las especies” de Charles Darwin.
Si bien esta nueva edición fue menos agresiva que aquella, la esencia fue la misma. Se trata de poner de un lado a la ciencia y del otro a la religión. En este caso, en “el rincón rojo” estaba Dawkins, en el azul Williams y el árbitro sería Kenny. Nunca hubo en todo el debate la mínima chance de una síntesis superadora. Como es lógico, no se llegó a ninguna conclusión y, presumiblemente, cada bando se fue con las mismas ideas que traía.
La discusión entre ciencia y Fe se hace interminable, sobre todo porque todavía parecen predominar posturas irreconciliables de ambos lados de la trinchera. En muchos casos, las visiones enfrentadas toman tal nivel de polémica que una le niega validez a la otra, casi sin tenerla en cuenta. Desde luego, siempre habrá militantes de una y otra visión del mundo que se sientan a gusto con esta pelea. Sin embargo, existe una gran “escala de grises” entre estas dos posturas extremas. Hay científicos que llevan una vida espiritual intensa, y religiosos que hasta van modificando su discurso y creencias en sincronía con los descubrimientos de la ciencia.