La belleza es muy superior al genio. No necesita
explicación.
Oscar Wilde
Nuestros ojos detectan un amasijo de colores, los
oídos perciben una secuencia de sonidos, pero es el cerebro el que determina
que conforman una obra maestra. O no, porque la historia del arte está cruzada
por la discusión sobre qué es (o debería ser) bello y por qué. Tal vez el
primer hombre que dibujó un búfalo en la pared de su cueva escuchó gruñidos de
reprobación o felicitación.
Es que es muy difícil ponerse de acuerdo sobre el arte
porque involucra la subjetividad del gusto y está dominado por las emociones
que provoca. Ante la necesidad tan humana de categorizar, se trató de resolver
la cuestión por el lado del canon y de las “autoridades”.
Un canon es una vara de medir, una suerte de unidad de
medida, un modelo a seguir definido por personalidades que son reconocidas o
respetadas por la comunidad artística: las autoridades. Una lista muy acotada
de obras de arte o literarias, que arranca en la antigüedad clásica, tienen el
privilegio de entrar a ese Olimpo. Sin embargo, esto no termina la discusión.
Sospechamos que La Gioconda, La Ilíada o la Tocata y Fuga son bellas porque nos
emocionan, no porque la crítica lo haya decretado.
Y a la hora de buscar un parámetro alternativo menos
subjetivo y opinable, el cerebro parece la respuesta lógica. Después de todo es
donde se procesa intelectual y emocionalmente una obra. Ahí nace el desafío de
la neuroestética: preguntarse a través del método científico qué es el arte,
cómo se percibe la belleza o por qué una pintura, una historia o una canción
nos conmueve y otra no.
Hace 15 años, el pionero de la neuroestética, el neurólogo Semir Zeki
afirmó: “los artistas son neurólogos que estudian la mente con técnicas
únicas que alcanzan conclusiones interesantes pero poco específicas sobre la
organización del cerebro”.
¿Llegaremos al punto de obtener un canon basado en el cerebro? Falta
mucho para eso, pero se están dando los primeros pasos.
En 2007 los neurocientíficos italianos Cintia Di Pio, Emiliano Macaluso
y Giacomo Rizzolatti estudiaron la reacción de un grupo de sujetos ante obras
de arte clásicas originales y otras con la proporción modificada. El resultado
fue que observar las proporciones canónicas de las obras de arte originales activaban
las áreas mediadoras del placer más que las otras.
Esto permite inferir que aunque la subjetividad, la influencia cultural
y el gusto personal forman parte de la percepción de la belleza, es evidente que
el proceso tiene una base neurobiológica.
Por lo tanto, el concepto de belleza puede ser buscado en el cerebro. Si
se lo encuentra, se estará más cerca de comprender por qué una obra de arte nos
emociona y otra nos resulta indiferente. Por más que los expertos en arte quieran imponernos otra cosa.
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